Lo reconozco. Tenía miedo. Es más, estaba aterrorizada. Tres años girando "1999", sin el más mínimo atisbo de que tuvieran material nuevo hacían que mis presagios fueran más que funestos. Afortunadamente, me equivocaba.
Love of Lesbian nos regalaron en 2012 un CD doble sin el más mínimo desperdicio, uno de esos discos sin una nota de más ni un acorde de menos, plagado de canciones que, por sí mismas, podrían ocupar este puesto número 1, brillantes desde el punto de vista instrumental y soberbias si atendemos a sus letras, uno de esos trabajos que te obligan a escucharlos en bucle una y otra vez durante más de un mes, que se te pegan a los tímpanos, a las neuronas, al corazón y a las tripas, resultando casi imposible desengancharse de su abrazo de anaconda.
Como digo, muchas son las canciones contenidas en su interior que podrían ocupar este puesto de honor, en realidad, prácticamente todas; pero si me quedo con "La noche eterna" no es sólo porque sea el título del primer disco del doble álbum, sino porque si Beethoven hubiera nacido a finales del siglo XX y escribiera una sinfonía del siglo XXI, saldría algo muy parecido a esto y porque ni el mismísimo Shakespeare redivivo sería capaz de crear una historia de amor más trágica.
Si los espejos del salón
no están rotos,
lo estoy yo.
Que al volver te notaré
el mismo espasmo y contracción.
Que atravesará mi piel
tú mi sangre y pálpito.
Y pienso en Bonnie & Clyde
no se quisieron rendir,
mientras tú y yo,
la noche eterna sin fin.
Love of Lesbian nos regalaron en 2012 un CD doble sin el más mínimo desperdicio, uno de esos discos sin una nota de más ni un acorde de menos, plagado de canciones que, por sí mismas, podrían ocupar este puesto número 1, brillantes desde el punto de vista instrumental y soberbias si atendemos a sus letras, uno de esos trabajos que te obligan a escucharlos en bucle una y otra vez durante más de un mes, que se te pegan a los tímpanos, a las neuronas, al corazón y a las tripas, resultando casi imposible desengancharse de su abrazo de anaconda.
Como digo, muchas son las canciones contenidas en su interior que podrían ocupar este puesto de honor, en realidad, prácticamente todas; pero si me quedo con "La noche eterna" no es sólo porque sea el título del primer disco del doble álbum, sino porque si Beethoven hubiera nacido a finales del siglo XX y escribiera una sinfonía del siglo XXI, saldría algo muy parecido a esto y porque ni el mismísimo Shakespeare redivivo sería capaz de crear una historia de amor más trágica.
Si los espejos del salón
no están rotos,
lo estoy yo.
Que al volver te notaré
el mismo espasmo y contracción.
Que atravesará mi piel
tú mi sangre y pálpito.
Y pienso en Bonnie & Clyde
no se quisieron rendir,
mientras tú y yo,
la noche eterna sin fin.